miércoles, 1 de diciembre de 2010

Lectura y educación I: El punto de partida

La historia empieza aproximadamente en el siglo VI a.C., cuando un anciano llamado Homero se propuso fijar por escrito los relatos míticos que conmovían a sus coetáneos. Tal vez preocupado por el peligro del olvido y probablemente consciente de la importancia que las hazañas de Aquiles y Ulises tenían en la educación de su pueblo, Homero escribe la Ilíada y la Odisea como un náufrago lanza una botella con las coordenadas de su paradero a los océanos del Tiempo. Cuando en la infancia aprendemos a leer no hacemos otra cosa que abrir esa botella y descubrir el mapa que nos guiará hasta Troya e Ítaca, a la Isla del Tesoro o al asteroide B 612. 

El primer cuento que el niño escucha de labios de sus padres y que luego aprende a leer es, más que un punto de llegada, una invitación a la partida. En ese periodo, al joven lector le preocupa el porqué, no tanto el para qué. Es difícil imaginarse a un niño preguntar para qué le lleva Caperucita la merienda a su abuela, más bien querrá saber por qué ataca el lobo feroz a Caperucita: ¿es que los lobos comen niñas? Mal haríamos entonces si intentásemos justificar la lectura desde un punto de vista pragmático, con argumentos del tipo “es bueno para tu futuro”. El niño vive en el territorio de la inmediatez y la sorpresa, de la aventura, en definitiva, y tanto padres como educadores deben esforzarse por ampliar ese territorio mediante la literatura, no de ararlo con vistas a su productividad. De lo contrario, se corre el peligro de caer en una división entre “lo que es divertido” y “lo que es obligatorio”. Por un lado, videojuegos, televisión y demás actividades con las que es “legítimo” divertirse; por otro, la escuela y los libros, amplio espectro que incluiría desde los cuadernos de ejercicios a Alicia en el país de las maravillas. Con ello no se está sugiriendo que el niño deba campar a su libre albedrío (en ese caso elegiría el videojuego), sino que proponemos, como tarea de los adultos que le rodean, hacer atractiva y divertida la lectura. 

Puesto que un elemento constitutivo del juego es la interacción, debemos intentar acompañar al niño en las primeras fases de su aprendizaje como lector, atendiendo sus dudas de modo estimulante, es decir, promoviendo su curiosidad para que continúe su camino a través de los libros. Sólo entonces tendrá ganas de caminar por sí mismo, y su temprana afición podrá germinar en un hábito que habrá de proporcionarle satisfacciones y competencias imprescindibles para su educación. 



Antonio de la Cruz Valles, filósofo y profesor de Didactia.


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