miércoles, 5 de enero de 2011

La cultura del esfuerzo

Actualmente la vida está tan repleta de comodidades que cuesta darse cuenta de la dificultad que requiere conseguirlas. Además, existen sustitutivos suficientes para la mayoría de las cosas que requieren esfuerzo, lo que nos lleva a pensar que aquello que requiere un esfuerzo alto no merece la pena. Esto se refleja en nuestra forma de vida y, en especial, en la educación, donde se han sustituido los modelos basados en el esfuerzo por otros basados en la motivación y en la relajación. Ello es considerado por muchos especialistas como uno de los motivos del descenso de la calidad de la educación de las nuevas generaciones.
La cultura del esfuerzo poco a poco se ha convertido en una incultura. No está de moda y ya no se considera necesaria en nuestra sociedad. Disponer de capacidad de autogestión y de la habilidad para responsabilizarse de la propia conducta es retrógrado, como nos muestran día a día los medios de comunicación. Vivimos en una sociedad cada vez más acomodaticia que no está acostumbrada a esforzarse por nada.

El esfuerzo es el trabajo que realizamos para paliar nuestras debilidades y para mejorar ciertas áreas de nuestra personalidad. Es muy importante porque nos sirve como autorrealización y motor de motivación, teniendo como principal herramienta la disciplina
Hemos pasado de una cultura de esfuerzo y trabajo al polo opuesto. Si algo positivo tiene la actual situación económica de crisis es la bajada a la realidad y la valoración del trabajo y del esfuerzo del día a día. Pero, por desgracia, el paternalismo, los modelos fáciles que proyecta la televisión y un falso mito de igualdad hacen difícil animar a los hijos a esforzarse.
Educar en valores no es fácil y transmitir a nuestros hijos la idea de que el esfuerzo es necesario para su formación integral y para construir su personalidad, se estrella, en demasiadas ocasiones, con el modelo de sociedad actual. Se trata de un modelo basado en no renunciar a nada, en vivir sin complicarse la vida y en esquivar el esfuerzo, que es la mejor forma de medir la felicidad en términos de placer inmediato, aunque lleve aparejados la pereza, el egoísmo y, a la larga, el fracaso.

Por otra parte, cuando los pequeños se esfuerzan en realizar una actividad concreta y fracasan en el intento, con demasiada frecuencia los padres tendemos a solucionar el problema al que se enfrentan, en lugar de animarles a que sigan intentándolo. Sin embargo, el esfuerzo es un elemento básico en el proceso de educación de los jóvenes. Aprender sin esfuerzo es, sencillamente, una falacia, porque los resultados que se derivan de una pedagogía del esfuerzo son resultados fuertes. Son valores que nos ayudarán en el futuro.

Sin embargo, para educar en el esfuerzo es necesario superar tres grandes obstáculos:

El primero de esos obstáculos es el paternalismo, el ‘ya te lo haré yo’ que los padres exclaman cuando los domina la impaciencia por resolver una situación de la que se tiene que encargar el hijo. Ese paternalismo entra en una evidente contradicción: queremos que se esfuercen pero les resolvemos los problemas. Como vemos que se esfuerzan y no consiguen su objetivo, lo hacemos nosotros, por lo que la idea que prevalecerá será: “alguien me lo hace siempre, alguien me lo solucionará”. Ello deja al niño sin herramientas para enfrentarse al mundo, sin entrenamiento para la resolución de problemas. Si nunca se pone porque “lo hace mal”, si no empieza por lo relativamente simple, difícilmente podrá superar cuestiones u obstáculos más complejos.

El segundo obstáculo son los modelos que niños y adolescentes ven proyectados en la televisión, es decir, jóvenes que lo consiguen todo sin esfuerzo aparente, mientras sus padres o las personas que le rodean son en ocasiones personas más o menos grises que se matan para pagar una hipoteca. Ven el modelo de Rafa Nadal o de Fernando Alonso, pero no ven todo el esfuerzo que cuesta llegar a ello. Y es que, culturalmente, los medios muestran el resultado positivo, pero no el camino recorrido hasta alcanzar los objetivos y el tremendo esfuerzo que hay detrás de ese triunfo.

El tercer obstáculo se encuentra en el mito según el cual “todo el mundo puede hacerlo todo si se esfuerza”. Esta es una idea cándida. La idea correcta es que tu hijo hará de forma brillante algunas cosas y otras con dificultad. Salvo excepciones, esa es la realidad cotidiana y no ese “falso mito de igualdad”, Pero en ocasiones proyectamos en nuestros hijos nuestras propias frustraciones. El mensaje para nuestro hijo debe incidir más en: “todo no, pero tienes tus propias capacidades y eso puede hacer que llegues a realizarte consiguiendo aquello para lo que estás capacitado”. Para ello, es necesario observar atentamente cuáles son sus puntos fuertes y aconsejarle desarrollar aquello para lo que vale.

Estos tres obstáculos se vencen inculcando la satisfacción por el trabajo bien hecho y encontrando la motivación en la propia tarea. La vía más pragmática es hacer ver al niño que ese esfuerzo tendrá sentido en su vida y en su formación. El esfuerzo es básico para poder desarrollarse.
Otra buena estrategia es mostrarle los beneficios del esfuerzo con ejemplos cercanos, que conozcan o que admiren, siempre insistiendo en que a esos triunfadores no les han regalado nada, que detrás de lo que se ve en la pátina hay siempre un gran esfuerzo.
También es importante practicar la “pedagogía de la contrariedad”, es decir, que el niño o adolescente se encuentre con contrariedades que le estimulen a esforzarse. Confrontar las contrariedades en el proceso de aprendizaje le ayudará a salir adelante. Si no se esfuerza en solucionarlas nadie lo hará por él y esa es la realidad que hay fuera del “nido familiar”. Si no encuentra obstáculos en el camino no aprenderá nunca a superarlos. Llegará a situaciones como la que ha fomentado el Ministerio de Educación al permitir que los alumnos de Bachillerato puedan pasar con cuatro materias suspendidas. El pensamiento que le queda es que ha pasado, y que puede llegar a ser universitario, pero no se planteará si sabe redactar sin faltas de ortografía. Lo que debemos conseguir es que ese joven, cuando encuentre una adversidad, la asuma e intente resolverla, y lo conseguirá porque está entrenado para superar obstáculos.

El trabajo de educar corresponde esencialmente a los padres pero se es creciente la tendencia de delegar esta labor al colegio. Actualmente es muy complicado conciliar la vida laboral y personal por lo que muchos padres responsabilizan a la escuela de esta tarea. El colegio puede colaborar en la educación pero el primer responsable de la educación es la familia.

Por otro lado, los hijos deben asumir sus responsabilidades. Si están fracasando como estudiantes deben plantearse el porqué. No se debe recurrir siempre a echar la culpa al colegio, a las amistades, o a cualquier persona menos a ellos mismos. Además, el fracaso es positivo, se aprende mucho de los errores si sabes cómo hacerlo. El ser humano ha evolucionado por necesidad, para superar sus carencias. El esfuerzo tiene un enorme valor cómo superación, cómo auto-exigencia, y nos lleva a la felicidad, no a un placer momentáneo sino a un estado de bienestar con uno mismo que, además, te impulsará para superar nuevos retos durante la vida.



 


Valvanuz Sánchez de Amoraga y Gómez-Acebo, Licenciada en Psicología y Ciencias del Trabajo, Doctorando en Ciencias Humanas y Sociales, y profesora de Didactia.



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