miércoles, 16 de febrero de 2011

Abstraer y memorizar

  
La educación es un momento precioso en el que el alumno se abre al mundo, a conocerlo y a disfrutar de los muchos bienes gratuitos y sencillos que le ofrece. Comprender los secretos de las números, tocar los objetos de su entorno y experimentar con ellos, conocer la deslumbrante variedad de animales y el intrincado funcionamiento de sus organismos. Viajar a épocas pasadas y saber algo de cómo entendían la vida en países y épocas distantes de la nuestra, entender que hubo muchas personas que habitaron el planeta antes que nosotros y que muchas de sus hazañas dejaron huella en el mundo de hoy y otras se perdieron en la espesa e intrigante niebla de los tiempos remotos. Disfrutar de las palabras, jugar con ellas, explorar los universos llenos de vida de la fantasía literaria que ensanchan nuestras propias vidas. O hacer las primeras excursiones fuera de la propia lengua chapurreando en otro idioma. Son todas ellas experiencias riquísimas y emocionantes que nos cambiarán la vida para siempre.

Sin embargo, a veces estas experiencias, especialmente aptas para la infancia y la adolescencia cuando la curiosidad y la imaginación están pletóricas y el mundo se vive en colores intensos, se cubren de una grisura tupida y polvorienta que las vuelve aburridas e irrelevantes para los alumnos. Les cuesta estudiarlas, comprenderlas y, sobre todo, no entienden para qué sirven porque las sienten completamente desconectadas de su vida. En su día a día, en sus experiencias con sus amigos del colegio, en los planes del fin de semana, en sus enamoramientos… dan igual los epítetos, los complementos predicativos o las ecuaciones de tercer grado. Sinceramente, su queja es muy comprensible. No creo que el desinterés por la escuela, y el estudiar sólo por obligación, sea, per se, sinónimo de ser mal estudiante. Puede que haya que plantear que tal vez algo está fallando para que un niño, que en cuanto empieza a hablar no deja de preguntar el porqué de todo a sus padres, llegue al colegio y se pierda el interés, ahí donde se supone que han de explicarse los porqués.

Me temo que mucho tiene que ver el planteamiento que impera en los planes de estudio sobre cómo ha de entenderse el conocimiento. En la explicación y el estudio de las lecciones predomina la abstracción. Una abstracción, en ocasiones tan brusca, que vuelve los temas incomprensibles, piezas sin contexto y sin vida que después del examen pasarán, sin pena ni gloria, al olvido más absoluto.  El conocimiento implica siempre abstracción. Y es necesario saber resumir, esquematizar, clasificar, enumerar y ordenar. Es una habilidad muy necesaria en cualquier tarea que emprendamos, dentro y fuera de la escuela. Pero si el estudio se reduce a eso, a memorizar los frutos de estos ejercicios de abstracción, es fácil que muchos alumnos, menos inclinados a desenvolverse bien con estas técnicas, pierdan el interés y el placer por estudiar y tengan verdaderas dificultades para aprobar. Pero eso no quiere decir que no sean inteligentes ni que no tengan grandes cualidades para aprender. Ello resulta especialmente chocante en las disciplinas de humanidades y ciencias sociales, por definición ligadas a la vida y a los sentimientos cotidianos de las personas. Por poner un ejemplo, ¿de qué sirve aprender listas de autores y detalles sobre obras del siglo XV sin leer algún fragmento, sin tan siquiera rozar sus libros? Esos autores y sus obras quedarán olvidados sin remedio y apenas serán recordados como fantasmas desdibujados que sólo habitan en doce renglones del tema 3, no como personas de carne y hueso cuyos escritos pueden conmovernos o decirnos algo significativo o que incluso puedan gustarnos.


Estudiar de esta forma que hoy predomina (no sólo en las escuelas, también en las universidades), hurgando en el esqueleto lógico de los saberes y despreciando lo demás, es como si de una melodía sólo estudiáramos la partitura sin siquiera escucharla y mucho menos pararnos a interpretarla; o como si sólo nos interesara la gramática y la sintaxis y nos olvidáramos de que con la lengua inventamos y contamos historias, expresamos sentimientos o hacemos canciones.  Es importante conocerlos, pero los datos estarán siempre que los necesitemos al alcance de nuestra mano en la Wikipedia. Lo que ha de cultivarse en la enseñanza es algo que debería ir más allá de eso, una experiencia personal que, por ser propia y vivida en primera persona, quedará para siempre en el alumno, cultivando su gusto literario y su criterio para valorar ideas, afectando a su forma de escribir y estimulando su creatividad. Todo ello constituyen cosas verdaderamente formativas y gratas que no pueden obtenerse automáticamente en ninguna enciclopedia. Creo que merecería la pena que nos paráramos a pensar un poco sobre este asunto para entender mejor a los niños y jóvenes y poder ofrecerles nuestro apoyo de una forma más adecuada. Así, tal vez, puedan entender que “saber” sí sirve para algo, además de aprobar y contentar a los padres: ¡sirve para ser más feliz!






Laura Adrián, Licenciada en Ciencias Políticas y colaboradora de Didactia.

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